La democracia directa tal y como la expliqué en el anterior post es sólo un marco teórico de cómo podría organizarse un país, región, o ciudad para distribuir el poder lo máximo posible. Sin embargo, resulta demasiado abstracto y muchas críticas a muchos de sus problemas son bastante válidas. Por ejemplo, la falta de conocimientos técnicos sobre ciertos problemas y la falta de tiempo para informarse y votar pesan mucho.
Imaginemos ahora lo siguiente: Vivimos en un mundo en el que la democracia directa se ha implementado. Todos los días hay una votación de las últimas 5 o 10 leyes o normativas a aprobar (que van desde las locales, a las autonómicas o nacionales). Accedemos desde nuestro navegador a la plataforma de votación encriptada con nuestro certificado digital infalsificable. Para cada votación se nos hace una pregunta clave (un mini-examen) que demuestre que hemos entendido el fondo de la cuestión. Votar nos llevaría 30 o 45 minutos. Sin embargo, de las 8 leyes que se van a aprobar hoy, hay un par de las que no estoy seguro, ya que tratan de temas sobre los que no tengo ni idea (por ejemplo ecologismo, defensa, regulación alimentaria o distribución óptima del alumbrado de mi calle).
Por un momento me planteo invertir una hora en informarme con un poquito de profundidad sobre estos temas. Sin embargo, recuerdo que mi amigo Mateo, una persona sensata con la que normalmente estoy de acuerdo, es licenciado en ciencias medioambientales y ecologista informado. Podría perder 5 minutos (y hacérselos perder a él) en llamarle para preguntar qué va a votar él, o puedo sencillamente delegar mi voto sobre este tema en él y que su voto valga por dos personas. De hecho, decido que esta delegación en Mateo para temas medioambientales va a quedarse fijada hasta que yo decida lo contrario. Hago lo mismo con los demás temas: Delego (de manera fija por ahora) mi voto sobre defensa en mi primo, teniente coronel del ejército de tierra. Mi voto de regulación alimentaria lo delego (aunque sólo para esta votación) en lo que vote un científico al que oí hablar en la tele la semana pasada y que me parecía bastante razonable. Mi voto sobre la distribución del alumbrado lo delego en el concejal de urbanismo de mi ciudad, en quien confío.
Al final, he tardado sólo 15 minutos en votar y me siento satisfecho con las opciones que he elegido y las que he delegado. Al día siguiente, veo un mensaje de whatsapp de mi primo militar en que dice algo demasiado extremista para mi gusto, así que detengo la “delegación automática” para temas de defensa en su (falta de) criterio. A las semanas, durante unas cervezas le comento a mi amigo Mateo que he delegado mi voto en él. Él me cuenta lo que ha estado votando últimamente en temas medioambientales y por qué. Como sus razonamientos me convencen, decido dejar mi voto delegado en él hasta próximo aviso.
Esto que acabo de describir se conoce como “Democracia líquida”. Es una implementación concreta de la democracia directa, basada en la votación por internet y con la posibilidad de la delegación del voto1. Esta delegación (parecida a la delegación de poderes que se hace en las democracias representativas que tenemos) tiene como especiales características que es individual (se delega en personas concretas), temática (economía, ecología, defensa, etc), y revocable (podemos dejar de delegar cada voto en el momento que queramos).
El sistema es tan flexible que permite incluso que la gente que está satisfecha con la democracia representativa, se comporte como si nada hubiera cambiado: Delego todas mis votaciones cada cuatro años en el secretario general de un partido político con una ideología y un programa conocidos.
Hubo un breve tiempo en España en que un partido intentó seriamente llevar este esquema al Parlamento. Era el PDI (Partido De Internet2). Este partido, lamentablemente se extinguió por las interminables discusiones internas y la falta de apoyo externo3. Una auténtica pena, porque para mí, es el sistema político que indudablemente reinará en el futuro.
España perdió la oportunidad de ser pionera mundial en el cambio político más importante de los próximos 100 años4.
Delegación que puede ser jerárquica: Yo delego en Mateo porque confío en él, y él a su vez, puede delegar en el catedrático que le dio clase en la universidad, porque confía en él. Nuestros dos votos serían para lo que decidiera ese catedrático.
La mención del PDI hacía que a menudo la gente se riera en mi cara, al creer que era un partido de frikis informáticos, jugando todo el día a videojuegos. Ése es el nivel.
Y se ha extinguido de manera radical. La entrada que tenían en la wikipedia ha desaparecido y su dominio ya no existe. Solo queda de ellos una cuenta de Twitter sin actividad desde 2014.
Dejadme que me flipe. Insisto en que estos posts se titulan: Idealismo político.