La democracia directa, de manera muy abstracta, es un sistema político en el que todas las decisiones son tomadas por todos los afectados por estas decisiones. El país que se suele mencionar como modelo de este sistema es Suiza, donde hay 3 o 4 referéndums vinculantes al año que modifican leyes importantes. También tienen otros mecanismos que muestran una política más participativa, como las consultas populares frecuentes, o las iniciativas legislativas populares. Sin embargo, dado que en Suiza no todas las decisiones legislativas son tomadas por referéndums y siguen teniendo un sistema de partidos, se considera una democracia semidirecta. No existen ejemplos reales de democracias directas en el mundo moderno.
La democracia directa suele encontrar fuerte oposición popular cuando se desconocen sus principios. Es sumariamente descartada por diversos motivos, el más importante de los cuales es muy similar al de los que defienden las dictaduras: La misantropía (e.g. La gente es gilipollas, y por tanto, no saben votar bien). A continuación enumeraré los típicos argumentos que se suelen usar contra la democracia directa y los motivos por los que pienso que no son buenos argumentos:
La gente no está suficientemente informada sobre todos los temas a votar, luego se votaría de manera desinformada. Este argumento resulta poco válido teniendo en cuenta que en las democracias representativas, los representantes (los parlamentarios) TAMPOCO son expertos en todo (de hecho, por norma general, sólo suelen serlo en Derecho. Y limitaditos. No suelen llegar a donde están por su excelente manejo del Derecho). Lo normal es que no tengan ni idea de por qué votan lo que votan (más allá de repetir las consignas de su partido). El tema no es que haya que saber de todo, sino ante una votación concreta, informarse con un experto en el tema en el que confiemos (de la misma manera que los políticos tienen asesores).
La gente es gilipollas y vota mal o con poca visión a largo plazo. Además, España tiene poca cultura democrática. Éste es el argumento misántropo. A pesar de que yo simpatizo con la misantropía, y que ejemplos recientes como el Brexit1 o la elección de Trump puede parecer que apoyan esta idea, prefiero no pensar que todo el mundo es imbécil sin solución. Puede que los comienzos de un sistema de democracia directa conlleven unas cuantas malas votaciones o baja participación, pero la cultura democrática es como montar en bicicleta: Nadie nace sabiendo, y al principio te tienes que pegar unas cuantas hostias para aprender a hacerlo bien. Cuando la gente viera que sus decisiones tienen consecuencias, empezarían a informarse, a participar, y a votar mejor2.
Esto es viable en países pequeños como Suiza, pero no en España. Nunca entendí este argumento. Lo que se haga en un país pequeño es en general extrapolable a un país grande si se escala correctamente. Si en Suiza se necesitan 10,000 colegios electorales, en España (5.5 veces la población de Suiza), se necesitarán 55,000. Y si alguien argumenta que las diferencias autonómicas en España son inmensas comparadas con Suiza, es que no conoce el reino de taifas que es Suiza3.
La gente no tiene tiempo para informarse y votar tanto. Esto tiene muchos puntos atacables. El primero de todos es que la gente saca tiempo para lo que le interesa. En cuanto nos concienciáramos de la importancia de tomar las riendas de nuestra propia democracia, la gente empezaría a dedicar más tiempo a este tema. Además, empieza a abrirse paso la idea de que las jornadas laborales de 40 horas, son abusivas e innecesarias. Si se redujeran, todo el mundo podría sacar unas 2 o 3 horas a la semana para informarse y votar4.
Las elecciones son muy caras. No se pueden montar campañas electorales cada dos meses. Pensar en esto como unas elecciones tradicionales no es concebirlo correctamente. Además, puede que evolucionáramos y dejara de gastarse la cantidad absurda de dinero que se gasta en carteles y propaganda inútil.
No es tecnológicamente posible. Eso sería antes. Hoy en día, con internet, se podría implementar esto bastante bien. Y para la (poca) gente que no tuviera internet, se podrían implementar cabinas de votación en ayuntamientos y similares.
De todas maneras, reconozco que implementar todo esto no es fácil5, y que estos sistemas tienen sus luces y sus sombras. Sólo hay que mirar el caso de Suiza con las votaciones xenófobas que han prohibido la construcción de nuevos minaretes musulmanes (denunciada por la ONU), o permitido la expulsión de inmigrantes que hayan cometido delitos6. Y luego está el tema de “quién vota qué”, que es un pifostio gonito, gonito7.
Si bien puede que conseguir la democracia directa sea imposible, podemos intentar acercarnos a un sistema mucho más participativo. En el próximo post hablaré de un sistema político que responde a muchas de las críticas planteadas contra la democracia directa desde un punto de vista práctico.
La utopía no es una meta. Es un camino. Y cuanto más lejos lleguemos, mejor.
Equiparar al Brexit con este sistema es falaz. El Brexit ocurrió UNA vez, con un estrechísimo margen, sin haber hecho una campaña de información a la sociedad de las consecuencias de la votación, con una campaña de desinformación brutal, y sin posibilidad de revertir la decisión meses después. Es comparar una bicicleta con un cohete espacial.
No me juzgueis. Esta serie de posts se titula IDEALISMO político.
El nombre oficial de Suiza es Confederación Helvética, es decir, que se consideran a sí mismos un maremagnum.
Aunque entiendo que aún así, informarse de todo con suficiente profundidad puede ser demasiado. Pero para ello, la solución vendrá en el siguiente post.
Y aún sería más fácil que cambiar la mentalidad de la gente.
Este artículo reflexiona sobre estos casos y sobre los riesgos de la democracia directa cuando sólo vota o participa una minoría que impone sus extremismos. Es MUY recomendable. Yo difiero en su conclusión de que la democracia directa no es buena, por supuesto.
Con varias cuestiones cruciales, como “¿hasta dónde se considera que alguien está afectado por una decisión?”, “¿cuál es la granularidad de la organización de una votación?” (¿Dividimos por CCAA? ¿Por provincias? ¿Comarcas? ¿Municipios? ¿Barrios? ¿Calles?). Lo último también lleva a la pregunta “¿afectaría de manera diferente a diferentes regiones si votan diferente?”. Pensad en un posible referéndum de independencia de Cataluña y vereis que este tema no es baladí.